jueves, 3 de mayo de 2012

Juan Ándres, el bueno

Tan bueno? que hay quien le llamaría tonto. Un tontorrón de puro bueno. La vida le pilló en Bilbao, en uno de los múltiples destinos de su padre, un intrépido militar de bigote a lo Elroy Flin que no pudo llegar a tiempo para su nacimiento por estar de maniobras. Cuando le avisaron del feliz acontecimiento volvió lo más rápido que pudo hasta la casa cuartel donde mamá Merche acababa de dar a luz.
Entró como un toro en la habitación y se abalanzó hacia su mujer para besarla, tirando despreocupadamente la gorra de plato caqui sobre la cama.
-¡Juan, por Dios! ¡que aplastas al niño!
Efectivamente, debajo de la gorra militar el despistado papá Juan encontró a Juan Andresín . Un ser diminuto y arrugado, con cara de pocos amigos.
Lo primero que se le ocurrió decir al recién estrenado padre fue:
-¡Coño! ¡Qué feo es!
Aquello le costó una semana sin que mamá Merche le dirigiera la palabra.
Juan Andrés creció entre uniformes y órdenes.
Era un niño tranquilote, de tripilla suelta? que hacía estar cambiándole los pañales cada dos por tres. Ya de adulto le dijeron que era celíaco. Pero por aquel entonces le llamaban ?cagón?, a secas.
Pronto, el buen carácter del pequeño se hizo notar. Aunque más de uno le acusara de bobalicón.
Un día, mamá Merche se vio apurada con la comida. Le faltaba un ingrediente para el estofado. Las vecinas habían salido y no había ningún asistente militar de grado menor al que poder acudir en un momento de apuro. La tienda estaba al doblar la esquina, así que, la señora del entonces capitán, decidió que arriesgaría cinco minutos y volaría a la tienda de un salto. El pequeño no estaba vestido adecuadamente y perdería más tiempo si se paraba a arreglar al niño que en ir a la tienda en un momentito. Cerró todas las ventanas, rodeó a su hijo de juguetes y almohadones, cerró la puerta de la habitación? y echó a correr dejando a Andresín con su carita pasmada, mirando hacia arriba, observando cómo mamá le hablaba y le decía algo así como ?no te muevas, que vuelvo enseguida.? Así lo interpretó el infante, porque era demasiado pequeño para comprender lo que su mami le decía.
Menos de cuatro minutos después llegó mamá Merche sofocada de su compra relámpago. Abrió la puerta de la habitación donde había dejado a Juan Andresín?.y respiró aliviada. El pequeño seguía mirando hacia arriba, en la misma postura que lo dejó. No se había movido ni un centímetro a la izquierda ni un centímetro a la derecha. Sin duda su niño iba a ser muy obediente cuando creciera.
Cuando creció Juan Andrés obedecía a la cuarta o la quinta vez que su madre le repetía una orden.
El ?no? siempre iba por delante. Pero a la de cinco? se acercaba protestando y decía? ?jo? venga? ¿qué quieres que te compre??.
De jovenzuelo fue gamberrillo. Hizo muchas trastadas de las que sus padres no supieron nada hasta bien llegada su edad adulta (como saltarse de balcón a balcón con otros dos vecinos y montarse en el coche del progenitor de uno de sus amigos, para irse de juerga a algún pueblo y no volver hasta la madrugada, mientras los confiados padres dormían tranquilos pensando que sus vástagos hacían lo propio en sus respectivas camas.) Pero siempre fue un buen hijo. Estudió magisterio y acabó siendo un profesor querido y respetado por alumnos y compañeros y sobre todo por las madres de sus pupilos. Resultaba chocante que, con su carácter bonachón fuera sin embargo un maestro severo, pero entregado a su labor docente.
Siempre dispuesto a la broma, la juerga y de lágrima fácil, cualquiera que se diera arte podía conseguir lo que quisiera del bueno de Andresín.
Se casó completamente enamorado. No había más que ver sus fotos de boda, con la sonrisa de oreja a oreja y sus ojos de cordero mirando embelesado a su recién estrenada esposa que, en cambio, presentaba en todas las fotografías una cara de muy pocos amigos.
Tuvo tres hijos con los que no supo mantener la firmeza que demostraba a sus alumnos y enviudó prematuramente.
A pesar de su bondad y su carácter dócil y conformista, la vida no le trató demasiado bien.
Pero ésa es otra historia que deberá ser contada en otro momento.

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