L a canguro llegÁ³ puntual como un novio primerizo.
-Á¡Hola, Isabel! á??saludÁ³ con la sonrisa ProfidÁ©n de quien va a ganarse treinta euros por pasar una noche viendo la televisiÁ³n y con la nevera a sus expensas.. No era precisamente bonita, pero si joven. Insultantemente joven. Su cuerpo envidiable, delgado, se adivinaba a travÁ©s del jersey marrÁ³n ajustado y de sus pantalones estrechos y minÁºsculos. El domesticado cabello castaÁ±o le llegaba hasta la cintura y sus ojos , redondos como platos, traducÁan toda la frescura de sus diecinueve aÁ±os. A Isabel le recordaba una muÁ±eca Barbie, siempre sonriente, como si en el mundo no hubiera otra cosa por la que preocuparse mÁ¡s que de sus cuidadas uÁ±as y sus bonitos zapatos con tacÁ³n de vÁ©rtigo. No parecÁa demasiado inteligente, pero sÁ lo bastante como para no llamarle de usted. QuizÁ¡ por eso no habÁa vuelto a cambiar de canguro, a pesar de no ser del todo grata para sus hijos.
-Toma lo que quieras del frigorÁfico á??ofreciÁ³ Isabel desde la puerta, segura de lo innecesaria que era su oferta á??y que no tarden mucho en acostarse.
-No te preocupes, se irÁ¡n pronto a la cama. á??Y con aquella promesa, Isabel montÁ³ en el taxi que la llevarÁa a casa de Merche, donde su entraÁ±able amiga la cebarÁa como a un cerdo, mientras ella comerÁa a placer, sin remordimiento alguno y sin que su talla variase lo mÁ¡s mÁnimo..
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-Á¡Dios mÁo, Isabel! Á¡EstÁ¡s guapÁsima! á??El saludo de Merche siempre era reconfortante. La estrechÁ³ con firmeza , mostrando su dentadura perfecta e impoluta. Vestida como para una fiesta, con sus endiablados tacones de aguja y tan elegante como una maniquÁ profesionalá?¦ asÁ era Merche.
-Te va a crecer la nariz á??replicÁ³ Isabel respondiendo al caluroso abrazo de su amiga.
-Pasa, Alberto estÁ¡ en el salÁ³n.
Alberto era grande como una torre, de modales refinados y exquisitos y con la sonrisa de don Juan que le crispaba los nervios. No era feo, pero tampoco guapo, aunque eso es lo de menos cuando se tiene un sueldo millonario y una brillante carrera en floreciente ascenso. En poco tiempo, Alberto Pinilla se habÁa convertido en el abogado favorito de la jet y, fuera por su talento o por su encanto personal, en el niÁ±o bonito de los juzgados.
La gente mÁ¡s chic lo requerÁa en sus fiestas privadas para exhibirlo como un raro ejemplar al que sÁ³lo ellos tenÁan acceso. Todo el mundo querÁa tener una foto con Alberto Pinilla y hasta las esposas mÁ¡s frÁvolas se atrevÁan a colocar su retrato en la mesilla de noche junto al de bodas, en las que aparecÁan como virginales novias vestidas de blanco, mirando angelicalmente a sus aburridos cÁ³nyuges.
A Merche no parecÁa afectarle demasiado la popularidad de su esposo. No le molestaban en absoluto sus largas ausencias á??por motivos de trabajoá? que, habitualmente, se prolongaban hasta altas horas de la madrugada. TenÁa una reputaciÁ³n que mantener y unos clientes a quien dejar contentosá?¦ especialmente si eran del sexo femenino. Para Merche aquello resultaba liberador, aunque Isabel no pudiera entenderlo.
-Á¡Isabelita! á??exclamÁ³ el abogado estrechÁ¡ndola teatralmente contra su pecho.
Alberto siempre aprovechaba los encuentros para sobarla un poco. á??EstÁ¡s preciosa, en serio. Deja que te quite el abrigo.
A parte del abrigo, le quitÁ³ el resto de la ropa con su mirada de violador en paro, con esa mirada lasciva a la que ya la tenÁa acostumbrada y que no tomaba demasiado en serio.
-Un dÁa de Á©stos voy a cometer una locura á??asegurÁ³ Alberto rodeÁ¡ndole la cintura con su brazo enorme.
-Un dÁa de Á©stos me rendirÁ© a tus encantos y me decepcionarÁa que no estuvieras a la altura de mis expectativas á??replicÁ³ Isabel comprobando satisfecha el efecto castrante de sus palabras.
-Te estÁ¡ bien empleado á??intervino Merche entrando en el salÁ³n . La bandeja de plata carÁsima que traÁa portaba tres copas de cristal tan delicado que Isabel temiÁ³ romperlo con sÁ³lo rozar la suya.
Alberto hundiÁ³ la nariz en su copa mascullando una tÁ¡cita protesta. Ya deberÁa estar acostumbrado a las respuestas cortantes de aquella ama de casa voluptuosa y bella. Lo que no entendÁa era quÁ© fallaba con esta mujer. Cualquier otra hubiera caÁdo rendida a su irresistible encanto. Pero Isabel siempre se le escapabaá?¦.
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