jueves, 3 de mayo de 2012

la vida secreta de las verduras (fragmento IV)

L a canguro llegÁ³ puntual como un novio primerizo.
-Á¡Hola, Isabel! á??saludÁ³ con la sonrisa ProfidÁ©n de quien va a ganarse treinta euros por pasar una noche viendo la televisiÁ³n y con la nevera a sus expensas.. No era precisamente bonita, pero si joven. Insultantemente joven. Su cuerpo envidiable, delgado, se adivinaba a travÁ©s del jersey marrÁ³n ajustado y de sus pantalones estrechos y minÁºsculos. El domesticado cabello castaÁ±o le llegaba hasta la cintura y sus ojos , redondos como platos, traducÁ­an toda la frescura de sus diecinueve aÁ±os. A Isabel le recordaba una muÁ±eca Barbie, siempre sonriente, como si en el mundo no hubiera otra cosa por la que preocuparse mÁ¡s que de sus cuidadas uÁ±as y sus bonitos zapatos con tacÁ³n de vÁ©rtigo. No parecÁ­a demasiado inteligente, pero sÁ­ lo bastante como para no llamarle de usted. QuizÁ¡ por eso no habÁ­a vuelto a cambiar de canguro, a pesar de no ser del todo grata para sus hijos.
-Toma lo que quieras del frigorÁ­fico á??ofreciÁ³ Isabel desde la puerta, segura de lo innecesaria que era su oferta á??y que no tarden mucho en acostarse.
-No te preocupes, se irÁ¡n pronto a la cama. á??Y con aquella promesa, Isabel montÁ³ en el taxi que la llevarÁ­a a casa de Merche, donde su entraÁ±able amiga la cebarÁ­a como a un cerdo, mientras ella comerÁ­a a placer, sin remordimiento alguno y sin que su talla variase lo mÁ¡s mÁ­nimo..



------------------------------------------------------------------------------------------

-Á¡Dios mÁ­o, Isabel! Á¡EstÁ¡s guapÁ­sima! á??El saludo de Merche siempre era reconfortante. La estrechÁ³ con firmeza , mostrando su dentadura perfecta e impoluta. Vestida como para una fiesta, con sus endiablados tacones de aguja y tan elegante como una maniquÁ­ profesionalá?¦ asÁ­ era Merche.
-Te va a crecer la nariz á??replicÁ³ Isabel respondiendo al caluroso abrazo de su amiga.
-Pasa, Alberto estÁ¡ en el salÁ³n.
Alberto era grande como una torre, de modales refinados y exquisitos y con la sonrisa de don Juan que le crispaba los nervios. No era feo, pero tampoco guapo, aunque eso es lo de menos cuando se tiene un sueldo millonario y una brillante carrera en floreciente ascenso. En poco tiempo, Alberto Pinilla se habÁ­a convertido en el abogado favorito de la jet y, fuera por su talento o por su encanto personal, en el niÁ±o bonito de los juzgados.
La gente mÁ¡s chic lo requerÁ­a en sus fiestas privadas para exhibirlo como un raro ejemplar al que sÁ³lo ellos tenÁ­an acceso. Todo el mundo querÁ­a tener una foto con Alberto Pinilla y hasta las esposas mÁ¡s frÁ­volas se atrevÁ­an a colocar su retrato en la mesilla de noche junto al de bodas, en las que aparecÁ­an como virginales novias vestidas de blanco, mirando angelicalmente a sus aburridos cÁ³nyuges.
A Merche no parecÁ­a afectarle demasiado la popularidad de su esposo. No le molestaban en absoluto sus largas ausencias á??por motivos de trabajoá? que, habitualmente, se prolongaban hasta altas horas de la madrugada. TenÁ­a una reputaciÁ³n que mantener y unos clientes a quien dejar contentosá?¦ especialmente si eran del sexo femenino. Para Merche aquello resultaba liberador, aunque Isabel no pudiera entenderlo.
-Á¡Isabelita! á??exclamÁ³ el abogado estrechÁ¡ndola teatralmente contra su pecho.
Alberto siempre aprovechaba los encuentros para sobarla un poco. á??EstÁ¡s preciosa, en serio. Deja que te quite el abrigo.
A parte del abrigo, le quitÁ³ el resto de la ropa con su mirada de violador en paro, con esa mirada lasciva a la que ya la tenÁ­a acostumbrada y que no tomaba demasiado en serio.
-Un dÁ­a de Á©stos voy a cometer una locura á??asegurÁ³ Alberto rodeÁ¡ndole la cintura con su brazo enorme.
-Un dÁ­a de Á©stos me rendirÁ© a tus encantos y me decepcionarÁ­a que no estuvieras a la altura de mis expectativas á??replicÁ³ Isabel comprobando satisfecha el efecto castrante de sus palabras.
-Te estÁ¡ bien empleado á??intervino Merche entrando en el salÁ³n . La bandeja de plata carÁ­sima que traÁ­a portaba tres copas de cristal tan delicado que Isabel temiÁ³ romperlo con sÁ³lo rozar la suya.
Alberto hundiÁ³ la nariz en su copa mascullando una tÁ¡cita protesta. Ya deberÁ­a estar acostumbrado a las respuestas cortantes de aquella ama de casa voluptuosa y bella. Lo que no entendÁ­a era quÁ© fallaba con esta mujer. Cualquier otra hubiera caÁ­do rendida a su irresistible encanto. Pero Isabel siempre se le escapabaá?¦.

No hay comentarios:

Publicar un comentario