jueves, 3 de mayo de 2012

Una noche en el edén (octavo día)


Fue tu noche y la mía.
Aunque quedara prendida
a los sueños de la luna
que agitaba los placeres
frente a nuestros deseos...
invitándonos, ofreciéndonos perversa
el sabor de una manzana.
Y quise probarla y te alcancé
allí donde también imaginabas que estaría.
Y así nos encontró la madrugada,
envueltos de pasión arrolladora,
buscándonos ciegos,
restándole poder a la distancia.
Buscaste ,ardiendo en frenesí,
mi boca de sal que te llamaba
y ,mientras el edén abandonaba,
más cerca me sentí del paraíso.
Tus manos esculpieron mis caderas
brindándome sin tregua la pena del cadalso.
Subí entregada (y sin pensar) las escaleras
y la soga del deseo se abrió paso.
Nuestra noche fue una noche
sin ángeles que espadas
blandieran de virtud o de reproches.
Ni aún cuando ofrecida ya mi espalda,
el árbol de la ciencia reclamabas.
Hicimos de la piel un laberinto
que lento y cadencioso recreara
dos almas de serpientes enlazadas
(tú cuerpo sobre el mío,)
libres almas
que al ritmo del amor
se deslizaban
al mundo de los dioses..
donde crece
el árbol de la vida
enraizado allá donde mis piernas
ocultan la pasión
y se estremecen.
Puede desatarse con su furia
la ira de un dios que nos desplaza,
pero aquella noche fue tan nuestra,
(rozando la ilusión
y tan soñada)
que poco nos importa el paraíso
donde duerme la inocencia engalanada
con tristes retales que ofrecían
Elohims envidiosos por la sangre
que mortal y caliente nos hacía
ser más eternos que los dioses...
más humanos...
Octavo día.


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