Peregrino del tiempo que robaste 
la porción más dulce de mis años. 
No vi tu espada y me asaltaste 
como un filibustero de los sueños, 
y llegaste a mí para quedarte. 
Ladrón de tanta risa, que ocupaste 
mi cuerpo transformado en ataúd 
de la niña que yo era y me habitaba. 
Dime dónde atracará tu barco ahora 
cuando sientas la marea levantada 
y enarbole la bandera bien izada 
que te muestre también mi calavera. 
Se murió la gaviota que volaba, 
en tus fauces acabó aquella gacela. 
Hoy te muestra el águila sus alas, 
y una loba amaneció con fieras garras 
defendiéndose de tí frente a su cueva.
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