viernes, 4 de mayo de 2012

13 de Julio de 1983


Viernes 13 de Julio de 1983

Querido diario:

Hoy ha sido, sin duda, el mejor día del verano.
A eso de las 7 de la tarde, Luisa, Merche, Ramón, Eli y los tres sevillanos, han asaltado literalmente mi casa. Las chicas me han empujado hasta mi cuarto, han abierto mi armario y tras rebuscar entre mi ropa, han elegido por mí un vestido sencillo, pero coqueto y me han obligado a ponérmelo. Luego me arrastraron hasta el cuarto de baño y mientras Merche me peinaba, Luisa trasteó en mis pinturillas y sacó un brillo de labios con un ligero toque tostado y me embadurnó de colonia Farala, mientras Eli y la pequeña de los béticos me calzaban unos zapatos blancos de tacón bajo.
Yo me dejaba hacer sorprendida sin obtener respuesta a mis continuas preguntas sobre a qué venía todo aquel abordaje que me hacía sentir como una estrella de Hollywood.
Lo único que saqué en claro era que debía callarme y obedeciera sin más. Divertida y muerta de curiosidad opté por hacer caso.
Los chicos, en la planta baja, ya empezaban a impacientarse, cuando aparecí por fin en lo alto de la escalera como una diva, monísima de la muerte y sonriendo ante la perspectiva de lo que podría ser una sorpresa. Aunque ignoraba absolutamente cual sería la naturaleza de la misma.
Me guiaron por las calles del pueblo, arrastrándome de los brazos y cerrados en banda ante mi insistencia por pedir explicaciones.
Al llegar a la altura de la única pensión del pueblo se detuvieron con brusquedad. Rafa y Miguel (como buenos sevillanos) comenzaron a palmear y jalearme como si estuvieran en un tablao flamenco y yo fuera la primera bailaora del show.
Luisa me dio un empujón metiéndome de lleno en la boca del lobo.
El comedor de la pensión comenzó a dar vueltas a mi alrededor como una noria fantasmal y borrosa. Allí, medio cegada aún por el sol de la calle, en el claro oscuro de un rincón, frente a un enorme plato de filetes con patatas y junto a un chico casi albino… estaba Bernd.
El corazón se me encogió como una pasa. El estómago se me hundió hasta la espalda y las piernas comenzaron a bailar de forma autónoma.
Una sonrisa amplia, franca, divina, iluminó la cara de mi alemán. Se levantó torpemente, arrastrando la silla con mucho ruido y en dos zancadas se acercó hasta mí, tropezándose con sus propios pies.
¿Cómo describir ese momento? ¿Cómo explicar el sin fin de sensaciones que jugaban a envolvernos en una nebulosa llena de nervios, febril y mágica?
Allí estaba. Frente a mí. Mi teutón de piel morena y la sonrisa más hermosa del universo.
No lo esperaba. En su última carta me aseguró que no vendría este año. Yo ya me había resignado a no volver a verlo nunca más. Pero allí estaba. No sabía qué decirle. Me miraba… le miraba….hasta que un “you are pretty , honey” se escapó de sus labios. Me colgué de su cuello, ignorando por completo la mirada de juez que Encarna, la dueña de la pensión, nos dirigía desde la puerta.
El mundo se detuvo. El aire se aquietó. Me daba todo igual. Él había venido. Había venido por mí. Era lo único que importaba.
Ya me presentaría más tarde al chico que cenaba en la mesa junto a él. Sí. Más tarde. Habría tiempo para todo lo demás.

1 comentario:

  1. ¡¡Guauuu!!! qué descubrimiento... !! me encantó este relato, está lleno de vida... me lo imaginé.
    A mí también me encantan los puntos suspensivos, aunquem supongo, que ya te habrás dado cuenta, jejeje...!!
    Encantada de leerte.
    Ya tienes a otra seguidora.

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