viernes, 4 de mayo de 2012

3 de Julio de 1983

VERANO (Diario de Marieta)



Martes 3 de Julio de 1983

Querido diario:

Hoy hemos ido de excursión. Debe ser que el calor no afecta tanto cuando se tienen diecinueve años o menos, porque a las cinco de la tarde hemos recogido nuestros bártulos y hemos tirado hacia el canal.
Nuestros bártulos son, básicamente, toneladas de agua, una guitarra y las ganas de pasarlo bien.
Nuestra energía es inagotable y el sol no es un candil ardiente sobre nuestras cabezas. Más bien parece alentarnos al juego y la risa.
Los sevillanos bromean con el pelo rojo de Luisi, Diego cuenta algún chiste… Ramón filosofea sobre la inmortalidad del cangrejo de río. Manolo toca la guitarra por soleares… Y Ángel y yo… intentamos rezagarnos.
Vamos ralentizando el paso dejando que nos adelanten los demás poco a poco, hasta quedarnos en la retaguardia.
Algún beso furtivo. Alguna canción al oído… sonrisas pícaras y cómplices.
A veces me toma tímidamente de la mano y me la suelta rápido cuando la cabeza de Eli se vuelve curiosa hacia nosotros, para volver a intentarlo esperando que nadie más nos interrumpa.
Por fin alguien decide que ha encontrado el sitio idóneo donde aparcar nuestra juventud despreocupada y nos sentamos a la sombra de unos pinos, en un círculo mágico de vida y alegría.
Frente a nosotros las ranas se lanzan al canal, arrancándole música al agua. Las flores silvestres nos regalan sus colores más rabiosos y el olor a jara se esparce por el aire como antídoto contra la tristeza.
Cualquier cosa es objeto de risa. Cualquier comentario nos despierta hilaridad y nos hace querer detener el tiempo en estos instantes de diversión y camaradería.
Ángel no se aparta de mi lado. Lo sorprendo alguna vez oliendo mi pelo, mientras yo, ajena a él, participo de aquella explosión de vida.
Es divertido. Es mágico. Un momento memorable para atesorar en el baúl del recuerdo. Puede que cuando sea una vieja (allá por los treinta) mire de soslayo estos instantes vividos y no pueda retener tantos detalles y no sea capaz de recordar cómo disfruté de ellos. Pero alguna sonrisa escapará de mis labios melancólicos, al saber que hubo una vez en que la vida no tenía prisa… y que fui joven.

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