viernes, 4 de mayo de 2012

20 de junio 1983


VERANO (Diario de Marieta)


Miércoles 20 de Junio de 1983



Querido diario:

Me gusta este pueblo. Es feo. Pero a mí me gusta. Tiene una luz especial que se refracta en las paredes de sus casas encaladas, como cientos de palomas unidas por sus alas.
Sólo tiene una calle asfaltada, por tanto si a alguien se le indica “vaya usted a la calle asfaltada” no tiene pérdida . Claro que, perderse aquí… es lo menos probable. Parece un pueblo del Oeste. Una ciudad sin ley donde todos se conocen y los vecinos se asoman curiosos a mirar a los “forasteros”, (así nos llaman) como perdonándoles la vida. Por sus miradas se deduce el recelo que provoca en ellos la llegada masiva de extraños en cuanto asoma Junio. Como si fuéramos la invasión de lagartos que vienen a dominarlos.
Entrar en la farmacia es toda una odisea. Te desnudan con la mirada y esperan con interés a que solicites del boticario o la manceba alguna medicina, para hacer sus cábalas sobre cual será el mal que te aqueja.
Nosotros nos divertimos mucho en la farmacia. Hoy hemos entrado Zoila, Luisa, Merche y yo con una conversación “pactada”. Yo aseguré que tendría a mi hijo, pero que jamás me casaría con su padre. A lo que mis amigas contestaron aprobando mi decisión y aportando algún que otro detalle sobre la calidad del individuo que pretendía tomarme por esposa.
Las caras de asombro y disgusto de las parroquianas que van a pasar el rato en la botica, no tenían precio. Oímos algún que otro comentario escandalizado y miradas inquisidoras. Pero aguantamos el tipo. Nos salió tan bien la pantomima, nos divertimos tanto, que juramos volver para poner al corriente del próximo capítulo a las vecinas. Se veía en sus caras que se morían de ganas por saber cómo terminará el culebrón.
Por las noches el pueblo se torna más vivo que nunca. Los forasteros acudimos como moscas a la discoteca al aire libre y ocupamos toda la pista.
Las chicas nos asesinan con la mirada. En cambio los chicos revolotean como abejorros a nuestro alrededor, cubata en mano y la cara coloradota de puro campo.
Todos los veranos la disco organiza un baile de disfraces. Y claro, como somos tantos en mi pandilla (a veces nos juntamos hasta 26 personas de diversas edades y puntos de la geografía del mundo mundial) nuestras posibilidades de ganar se multiplican. Vale… siempre ganamos. Esto, naturalmente, provoca el enojo de los lugareños que ven con muchísima rabia cómo acaban siempre los “extranjeros” llevándose el premio, que no suele ser más que un par de botellas de champán. Pero es SU champán.
Sus miradas son de lo más elocuentes. Se les lee en los ojos un “forasteros go home” absolutamente nítido.
Pero no les sirve de nada. Porque este pueblo pequeño, feo, insulso y blanco, tiene un imán especial. Y siempre volvemos. 

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