viernes, 4 de mayo de 2012

Derecho de pernada


Lo tenía frente a sí, por imperativo legal. El día de su boda. Sin haber conocido varón. Así cumplía su deber de vasallaje. Cualquier muchacha en su lugar se sentiría completamente desdichada por mancillar su honor, su virginidad, la pureza que le debía al esposo recién estrenado.
Su señor la miraba con mezcla de deseo y sorpresa. Esperaba encontrar una joven deshecha, rota por el dolor de lo que la mayoría consideraba una afrenta.
En cambio, Raquel lo observaba altiva. Con cierta timidez, pero sin odio, como acostumbraban las chicas que reclamaba para cumplir su derecho.
-¿No estás asustada? – preguntó el señor de la villa.
-¿Habría de estarlo? –replicó con una insolencia que agradó a Nuño de Benavente, hasta tal punto de provocarle una súbita e inesperada erección.
Conocía a Raquel. La había visto centenares de veces paseando por la plaza, ataviada con su sencillo vestido marrón de tosca tela, sus cabellos ambarinos despeinados, salvajes… La deseó desde el primer instante. Por eso concertó aquel absurdo casamiento. Fernando de Pinilla, ilustre relojero, recibió la noticia con sorpresa. Viudo hacía más de doce años, no había pensado en volver a tomar esposa. A su edad sólo deseaba traspasar el negocio a su hijo mayor y jubilar sus cansados ojos de aquel trabajo que requería precisión, buena vista y mano firme. Apenas sí era capaz de dirigir sus dedos para fabricar un buen reloj… cuánto menos lo sería para satisfacer el cuerpo de una moza joven, de formas lujuriosas y con unas exigencias sexuales que quedaban ya fuera de su alcance. Sin embargo, su señor Nuño lo había ordenado. Y así sería.
-¿Por qué? –insistió el feudal sintiendo crecer su excitación. -¿por qué no estás asustada? ¡Maldita sea!
-Mi señor tiene fama de forzar violentamente a las mujeres –comenzó ella sosteniéndole la mirada con soberbia. – Tal vez porque las demás mujeres se le han resistido a mi señor.
-¿Y tú no lo harás?
-Esta mujer sabe el destino que le espera. Vivir con un viejo que no se atreverá a tocarme. –Raquel se acercó a Nuño enjugándose los labios con la lengua. – Y mi señor… no permitirá que esta villana sepulte su deseo entre relojes y olor a naftalina.
-¿Eres virgen?
-Para vos.
Nuño de Benavente sonrió. Acarició con suavidad su pelo de caramelo como jamás pensó que haría con una de aquellas aldeanas desaliñadas a las que solía montar el día de su boda.
-He visto cómo me mirabais cada día. ¿por qué no ahorraros el trabajo de forzarme si mi deseo por vos es el mismo? – preguntó la muchacha acercándose aún más, sin pudor alguno.
Nuño, loco de deseo, descubrió un sentimiento nuevo e incómodo. Le haría el amor a esa muchacha. Y se lo haría como nunca antes lo había hecho. Dulcemente. Con una suavidad que en él desconocía, comenzó a desatar el corpiño de la villana, besando delicadamente su cuello. Oliendo cada rizo de ámbar. Sabiendo que el anciano relojero jamás poseería a la muchacha. Sospechando que en Raquel enterraría para siempre su derecho de pernada.

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