jueves, 3 de mayo de 2012

Historia de Ledín (fragmento I)


Fragmento de una novelita de fantasía que comencé a escribirle a mi hija... tal vez nunca la acabe... pero disfruté mientras lo hacía...

La bruma deslizaba sus delicados dedos entre la espesura. Los árboles tomaban caprichosas formas en medio de la niebla, como siniestros fantasmas que jugaban con inquietos velos de gasa blanquecina y veleidosa. Sólo el ruido de la naturaleza en movimiento, la música del aire entre las hojas, el quejido de una rama herida, algún buho vigilante o el croar de las ranas en el lodo, rompía el silencio sinuoso de la noche.
Él estaba perdido. Perdido y aterrado. Cuando abrió los ojos, tras un agitado sueño, apenas notó la diferencia entre la oscuridad acostumbrada de su cuarto y la del bosque umbrío. Pero cuando su vista fue acomodándose y el cuerpecillo menudo no halló la confortable manta que cubría su cuna, el llanto desolado rompió el silencio de la noche. Notó el frío, la humedad y el abandono.
El grotesco tángano chasqueó la lengua con fastidio y renunció a su tarea ju7nto al arroyo. Tardaría al menos otro par de horas en localizar una presa camuflada entre las negras rocas que salpicaban el agua, oscura como la noche y sucia como el propio tángano. El inesperado llanto del pequeño humano había espantado su cena.
-¡Mil diablos se lo lleven! –masculló el tángano caminando hacia el infante con pasos trabajosos y oscilantes. Su deforme cuerpo se contoneaba como un muelle al avanzar por el barro, tropezando a cada zancada con las ramas desprendidas de los árboles que le hacían resbalar peligrosamente. Arrastraba sensiblemente la pierna derecha, produciendo un rítmico sonido al andar que indicó al bebé humano su proximidad, provocando en él un poderoso efecto sedante. El pequeño cesó su rabieta y aguardó, con silencio expectante, hasta comprobar quién era el causante del ruido que había captado su atención. La tosca y fea cara del tángano asomó por encima de su cabeza tapando por un instante la luna que brillaba siniestra sobre la copa de los pelados árboles. Al apartarse, el bebé pudo observar a placer al retorcido personaje que, por alguna extraña razón, le había sacado de su cuna bruscamente, dejando algo en su lugar y, después de un paseo interminable, lo había depositado sobre el fango de aquella ciénaga inmunda.
El ojo tuerto del tángano pareció cerrarse aún más, mientras el sano casi salía de la cuenca cavernosa y deforme, al dirigirse al pequeño meneando su dedo índice, largo y delgado.
-Tienes hambre, ¿eh? ¡condenado niño! Si no hubieras ahuyentado mi pesca con tus gritos, al menos uno de los dos tendría con qué alimentarse. –El tángano se sentó a su lado refunfuñando y arrancó una hiera seca que mordisqueó para entretener el hambre.
-Sin duda Sheena no se planteó los problemas que ibas a acarrearme. ¡Oh, no! Ella lo ve todo muy fácil desde su trono. “Fibis, tienes que ir más allá de la Laguna del Miedo y traerme un bebé del otro lado”. –dijo imitando la voz de una mujer. Al pequeñín le resultó de lo más divertido, mostrando su aprobación con un cascabel de carcajadas. Fibis lo miró ceñudo. –Sí, ríete. –prosiguió. – A Sheena no le preocupa lo más mínimo lo que le suceda al viejo Fibis. Da su orden y quiere que se cumpla. Así de sencillo. No cuenta con que a los niños hay que alimentarlos, asearlos y hacer malabarismos para que dejen de llorar.
El viejo tángano continuó parloteando hasta mucho después de que el bebé, arrullado por su voz monótona y hueca, se hubiera dormido. Tenía una extraña expresión de placidez en su rostro, como si estuviera convencido de que nada malo iba a sucederle mientras el tángano de aspecto terrible permaneciera a su lado. 

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