Tu significas para nosotras más de lo que las palabras pudieran expresar. - Feliz cumpleaños MªJosé. Te queremos mucho. María, Roser y Mónica (25/Mayo/2012)-
jueves, 3 de mayo de 2012
La vida secreta de las verduras (fragmento III)
La hora de comer era el momento mÁ¡s ajetreado del dÁa. Llegaban los niÁ±os del colegio, tiraban los libros en el sofÁ¡ y se lanzaban sobre la comida como si, en lugar
de haber discurrido por los senderos del conocimiento, acabaran de subir andando el
Teide.
-MamÁ¡, dile a Victor que no babee sobre mi plato.
Aquella era Esther, la mayor. Pecaba de delicada, aunque desde luego no se la podÁa culpar por no querer que su hermano hiciera guarradas con la sopa. TenÁa doce aÁ±os y un cuerpo que despuntaba hacia la adolescencia. Isabel no la odiaba a ella. Odiaba que creciera, eso sÁ. Claro que Isabel odiaba muchas cosas. Por ejemplo que su segundo hijo, su Victor, hubiera dejado de darle aquellos abrazos apasionados, como cuando era mÁ¡s pequeÁ±o. Ahora parecÁa que le apuntaban con un arma cada vez que su madre le reclamaba un beso.Y eso que sÁ³lo tenÁa diez aÁ±os. Menos mal que aÁºn le quedaba Marta. Martita, la chiquitina de la familia. TenÁa seis aÁ±os, frente a los doce de su hermana mayor y eso era mÁ¡s de lo que cualquiera podrÁa soportará?¦ Era injusto que no la dejaran hurgar los cajones de una hermana, o que la zarandearan por haber pintado bigotes a Miguel BosÁ©, que presidÁa la habitaciÁ³n con su adorable media sonrisa.
Esther habÁa pegado el poster en la puerta, para contemplarlo a placer desde la cama. Era lo Áºltimo que veÁa antes de dormirse y la primera cara amable que le saludaba al despertar.
Isabel no dejaba de sorprenderse por las ironÁas de la vida. Miguel BosÁ© habÁa sido su amor platÁ³nico de quinceaÁ±era y ahora era el de su hija. Á¡quÁ© cosas! Claro que, aquello la animaba. Si Esther era capaz de sentir admiraciÁ³n por un hombre de su edad, significaba que tampoco su madre le parecÁa demasiado vieja. Nunca se lo habÁa preguntado, quizÁ¡ por temor a la respuesta.
El sonido estridente del telÁ©fono vino a unirse a la orgÁa de ruidos y voces que llenaban el comedor. Isabel gritÁ³ algo a los chicos mientras descolgaba el auricular, pero desistiÁ³ de ser atendida y se concentrÁ³ en el aparato, tapÁ¡ndose el oÁdo con la mano libre. Era Merche. La fantÁ¡stica Merche. Su querida y odiada amiga a la que no le sobraba ni un gramo de grasa, la que parecÁa haber hecho un pacto con el demonio para no envejecer. Merche era perfecta. Ni se despeinaba, ni se le rompÁan las uÁ±as, ni le sudaban los pies. Era imposible imaginÁ¡rsela en el baÁ±o, haciendo algo tan natural como evacuar intestinos. Probablemente jamÁ¡s se le hubiera escapado una ventosidad, por mÁnima que fueraá?¦. Á¡Diossssss!!! Á¿de quÁ© estaba hecha?
-Á¡Hola, Merche!- exclamÁ³ con sabor agridulce en la garganta. Lo cierto es que la adoraba.
-Á¿QuÁ© hay, nena? Á¿tienes planes para esta noche? á??hasta su voz sonaba como una flauta dulce sin estrenar.
-Á¡Oh, sÁ! A las ocho tengo audiencia con el Papa, a las nueve ceno con el ministro del interior y a las diez treinta he quedado con Harrison Ford. Á¿por quÁ© lo dices?
-Bueno, no sÁ© si te quedarÁ¡ tiempo para venir a casaá?¦-replicÁ³ Merche simulando decepciÁ³n. á??He hecho ese postre que tanto te gustaá?¦
-Á¡Oh! Á¡Humm! Á¡Maldita! á??Isabel creyÁ³ derretirse por el telÁ©fono imaginando la deliciosa tarta de moka que preparaba Merche á??Eres una mala amiga. Á¿cÁ³mo se te ocurre tentarme con estas cosas?
-Vamos, no seas exagerada. Te estoy invitando a cenar.
-Claro, como tÁº no engordasá?¦-Se quedÁ³ pensativa unos segundos.- De acuerdo, llamarÁ© a la canguro y a las nueve me tenÁ©is en casa.
-Á¡MamÁ¡! á??protestÁ³ Esther cuando su madre se sentÁ³ de nuevo a la mesa. á??Te he dicho mil veces que ya no necesitamos canguro. Puedo cuidar de Victor y de Marta perfectamente sola. Á¡Ya tengo doce aÁ±os!
-SÁ hija, no me lo recuerdes á??replicÁ³ con pesar. á??De todas formas esperaremos a que tengas los quince, Á¿o.k?
Esther no contestÁ³. En el Á¡nimo de las dos estaba la cruda realidad. Cuando cumpliera quince , sÁ³lo harÁa falta canguro para la pequeÁ±a Marta. Isabel no quiso entrar de nuevo en el armario donde guardaba abrigos de complejos, bufandas de odios mÁºltiples y zapatos de diversas angustias que aÁºn le quedaban demasiado grandes. PrefiriÁ³ saborear el cocido, retando ,como una valiente, a la bÁ¡scula del baÁ±o.
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