jueves, 3 de mayo de 2012

¡Ah María!

Ah, María…! Tan hermosa que hace tambalearse los pilares más seguros de mi vida.La conocí en una salida que hicimos del seminario. Íbamos a dar una charla sobre vocaciones, a un grupo de niñas de un colegio de monjas. ¿Quién me iba a decir a mí, tan seguro como estaba, que aquella criatura de uniforme me haría albergar la más mínima duda sobre mi firme opción por el sacerdocio?Sus ojillos brillaban escuchándonos hablar a mí y a mis compañeros, sobre el amor de Jesús y nuestra felicidad al decidir dedicarnos a la vida entregada a los demás. ¿Qué edad tendría entonces? Catorce años, no más. Pero era terriblemente hermosa ya. Con su cara de niña ilusionada, inocente…Fue un par de años después, (azares de la vida) cuando me la encontré en aquel paseo de palmeras, esperando a unas amigas. Sus ojos conservaban el mismo brillo. Sus pómulos altos y marcados, la barbilla redondeada… con aquel lunar que parecía un pomo mágico en la escalera de una mansión de ensueño… Así la recuerdo. Tan bonita que dolía. Quedamos para charlar al día siguiente. No sé por qué lo hice. A mí me quedaba sólo un año para acabar el seminario y dedicarme por entero a mi formación como sacerdote. Mi convicción era como una roca. Como una torre firme. Como una torre… que se tambaleaba en su presencia.Un mes después de aquel encuentro , que se repitió sin poder evitarlo, la besé. Sus labios eran dulces y carnosos. ¡Tenía tanto miedo! Miedo a romperla… y miedo a romperme. Fue un tiempo delicioso el que estuve con María. Pensé que tal vez el Señor no quería para mí la vida religiosa. Y aunque así fuera…. yo lo hubiera dejado todo por María, incluso contraviniendo la voluntad del Señor. Antes de que acabara aquel año, María me dejó. Amaba a otro. Tal vez la respeté demasiado, no sé. Tal vez mi forma de amar no estuviera dentro de su ideal de pareja. Me sentí roto. Vacío. Mi vocación había desaparecido y la mujer a la que amaba me dejaba tirado. ¿Qué haría ahora con mi vida? Años después conocí a Carmela. Hoy es mi mujer y tenemos dos hijos. Nunca la amé como a María. Nunca sentí la pasión contenida agarrándome la sangre. Nunca volví a sentir la llamada al sacerdocio…pero jamás podré olvidar a la niña que me apartó de mi camino. Nunca Carmela me hizo olvidarla del todo…

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