jueves, 3 de mayo de 2012

Y Mará crecía

-“Pequeña, te amo” – Así decía Manolito cuando la veía pasar con su uniforme y aquellos andares danzarines, como de a saltitos. Desde sus 17 años, María lo veía como un viejo. Y además lo parecía. La naturaleza no le había dotado de grandes virtudes físicas. Bajito, entrado en carnes, calvo, con gafas de un aumento imposible…Con apenas treinta y tres años parecía casi un abuelo.Manolito era guardia jurado. De ésos que van en los furgones blindados con el dinero de los bancos. Además se jactaba de ser un confidente de la policía…Aquello podía ser cierto o no, pero lo utilizaba para impresionar y María lo sabía. Ella, más que impresionada, estaba convencida de que Manolito era un fantasmón. Pero él estaba seguro que la tendría en el bote más tarde o más temprano.Cuando llegó al barrio no pudo menos que felicitarse por su buena fortuna al tener una vecinita tan linda. La miraba desde la puerta, charlando con sus amigas… y se quedaba embobado. Aquella niña era una mezcla de candidez infantil y de despertar a la plenitud femenina. Consciente del embrujo que despertaba en él, María sonreía y cuchicheaba con sus amigas sobre el nuevo vecino que babeaba al verla. Le gustaba hacer bromas con ellas, segura del poder que ejercía sobre el gordito calvo. Para María era una especie de juego, inocente casi. Un pequeño coqueteo que le servía para autoafirmarse como mujer en ciernes. Lo malo fue cuando Manolo empezó a abordarla ya de forma más descarada. Cuando averiguó a qué colegio iba y salía a su encuentro… cuando empezó a hacerle preguntas que en aquel momento no entendía.-¿Aún tienes la flor? – le preguntó un día. María no supo qué contestar, porque desconocía a qué se refería. Pensó que tal vez en algún momento él le habría regalado alguna flor y no lo recordaba. Fue Merche, más espabilada, la que arreó con ella arrastrándola por un brazo. -Anda… deja a ese tipo… que es un cerdo. – le dijo alejándola de allí.María miró a su amiga desconcertada. - Bueno… muy normal no es….pero… Con santa paciencia su amiga le explicó de regreso a casa lo que el guardia jurado había querido decir. En aquel momento María supo, descubrió, que hay juegos peligrosos, a los que es mejor no jugar. Algo cambió dentro de sí.Aquellos “pequeña, te amo” dejaron de ser halagadores y se convirtieron en algo que le daba nauseas.María terminó de crecer cuando Manolito aprovechó una mañana de Domingo en que ella estaba en la casa de su amiga Merche con la puerta abierta (en los pueblos suelen dejarse abiertas) para colarse dentro. Sin que ninguna de la dos tuviera tiempo a reaccionar, Manolo sacó sus esposas y rodeó la muñeca de María, atándola a la silla en la que estaba sentada charlando despreocupada con la otra niña.-Pequeña, te amo. –dijo como tantas otras veces. – y no te soltaré hasta que lo comprendas.Sin más, salió de la casa dejando a ambas chicas con la boca abierta. María subió un peldaño más en el conocimiento. Volvió a crecer. Su mente se abrió a esos misterios de adultos…como si la inocencia se estuviera despidiendo de ella… y nunca más volvió a ser la misma.

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