jueves, 3 de mayo de 2012

El varón pasmado

La había”pensado” tantas veces!! En sus sueños era perfecta. Por éso, ahora… al tenerla frente a sí, seguía creyéndola un sueño. El mundo daba vueltas, invitándole a iniciar esa locura. No había marcha atrás. No podría. Nada impediría que la hiciera suya.
Despacio, muy despacio, le ayudó a quitarse aquella chaqueta que estorbaba.
Sintió que era como desnudar a una amapola. Trémula, frágil, la sentía.
La observó unos instantes sonriendo como un niño frente a un regalo el día de Reyes. Allí estaba. Era una mujer de verdad. Ni un cuerpo de vértigo, ni el cabello de anuncio… pero hermosa. Sin aditivos ni conservantes más allá de los que la naturaleza le otorgara. Y ésta, sin duda, había sido generosa con ella, dotándola de una belleza con tintes de autenticidad.
¡Dios! ¡Cómo la deseaba! Escrutó sus ojos esperando encontrar la misma urgencia en ella. Sin embargo no había decisión en su mirada. Ni mucho menos desprendía la convicción que él esperaba.
Y, a pesar de éso, acercó su boca a la de ella, suponiendo que aquel beso despertaría la magia que intuía en aquella piel, tantas veces soñada.
Se paró a escasos centímetros de los labios ansiosos de la mujer.
-¿Puedo? –preguntó temiendo la respuesta.
Ella no contestó. Retando a su propia inseguridad lo miró un instante con unos ojos húmedos y expresivos y luego los cerró levantando la barbilla hasta alcanzar la boca del hombre atractivo y especial que se moría por poseerla.
La corriente que sintieron les hizo temblar. A ella, de inquietud, miedo y tal vez vergüenza o prudencia, no sabría definirlo. A él, por temor a hacerla daño.
Pronto, aquel beso tierno, tímido al principio, se transformó en la búsqueda agónica de dos lenguas que hacía tiempo buscaban encontrarse.
Las manos de él investigaron los hombros y brazos de la mujer. Se deslizaban por la blusa de seda blanca, como veleros embarcados rumbo al resto de su cuerpo.
-¿Puedo? –repitió a punto de conquistar el pecho generoso que adivinaba bajo la resbaladiza tela.
Tampoco esta vez obtuvo respuesta y se sintió incapaz de traducir aquel silencio de la mujer que, sin embargo, sintió estremecerse entre sus brazos.
Miró de nuevo sus ojos buscando una pista que le llevara a desentrañar aquel misterio femenino, antes de seguir su aventura que soñaba sin retorno.
Su sensación de desconcierto le resultaba fustrante. No había rechazo en aquella mujer. Era más bien… un sí… pero no. Sus ojos se humedecieron incomprensiblemente, al tiempo que su mirada gritaba cosas que eran un auténtico enigma para su mente de varón pasmado.
Sus dedos apremiantes, habían comenzado a desabrochar los minúsculos botones de nácar, pero el mar que descubrió resbalando por las mejillas encendidas de ella, lo detuvo en seco.
¿Qué le estaban diciendo exactamente aquellas lágrimas? ¿Por qué el temblor de su cuerpo aumentaba por momentos? ¿Era arrepentimiento? ¿Miedo? En cualquier caso a él le creó un sentimiento de culpa que no estaba dispuesto a cargar sobre sus hombros. La adoraba; pero no consentiría una relación inmadura ni incompleta. ¿Y por qué diablos no le rechazaba abiertamente?
Inició el viaje de regreso por su blusa. Abrochó de nuevo los botones diciendo adiós a aquellos pechos que se prometían jugosos… y le dio un pequeño beso en la frente fruncida.
-Así no. –Dijo inmerso en sensaciones encontradas y dispares. – Esperaremos a que estés segura.
La cubrió con un abrazo, confortándola; La ayudó a ponerse la chaqueta… y la invitó a una cerveza en una terraza de moda, rodeados de gente. Tal vez allí se sintiera más segura y protegida.
¡Quién entiende a las mujeres!! –Se dijo, dando por inútil cualquier teoría al respecto. -¿Por qué no vendrán con un manual de instrucciones? 

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